José Kozer (La Habana, 1940)

Poeta y profesor universitario. Nació en La Habana, Cuba, en 1940 pero radica en los Estados Unidos desde 1960. Ha publicado más de cincuenta libros, la gran mayoría de poesía, aunque entre ellos también se encuentran diarios y narrativa. Se le ha clasificado dentro de la estética neobarroca. Ejerció durante tres décadas como profesor de literatura hispanoamericana en de New York. Radica en Hallandale, Florida.

BODAS DE FRANZ KAFKA (TRÍPTICO DE FRANZ KAFKA)

Con la señorita Milena Josenká, tienen a bien invitar a Ud. y a su
distinguida, etcétera.
Aunque lo principal es que Franz haya dicho que no quiere prole.
Se comprende, también, su horror a las flores: le traen un recuerdo
tan malo del porvenir.
La ceremonia se habrá de celebrar en un tranvía.
Franz ha comprendido lo que Milena sacrifica: Milena entiende lo
que significa para Franz la tranquilidad.
O querer, por ejemplo, lo siguiente: la frialdad.
De no poder asistir ningún amigo, la ceremonia habrá de celebrarse,
puesto que es inevitable, en la Selva Negra.
Acudan, por favor.
De hecho, ciertas celebridades ya han dicho que sí: Bertolt Brecht
ha dado el visto bueno y el poeta Franz Werfel, de quien
se dice sería incapaz de abandonar a su tocayo.
Sólo, por desgracia, el poeta Federico García Lorca no podrá asistir.
Al recibirse la noticia y ante el estupor de la concurrencia, uno se
inclinaría a suspender la boda.
Todo presagiaba algún percance.
Pero es que Franz temía tanto dar la vuelta: a qué negarse cuando
aquello era más bien algo pulmonar.
O es que a alguien se le podría ocurrir pensar que Franz no sabía
que en veinte años la tuberculosis no sería más
que una enfermedad del pasado.
Que en veinte años un golpe de viento repentino contra una flor
no podría alterar el azogue insostenible del reposo.
Sinceramente ?y Milena lo supo?, Franz no concibió otro heroísmo.
No se podrá negar que se mostró valeroso por los pasillos camino
del altar.
O fue en la Selva Negra aquel encuentro: tampoco
hubo de asistir la Señora Milena.

GRAMÁTICA DE MAMÁ

En mayo, qué ave era
la que amó mamá. o hablo de las mimosas.
Dice que no recuerda el nombre de los ríos que circunscribían su
pueblo natal: aunque
siempre se ahogaban
un varón y una hembra en verano un varón y una hembra en verano.
Menciona
una conversación
crucial con sus hermanas: son como amigas entrelazadas por el
meñique, se irán. Cuánto desánimo, aunque
en los camarotes
haya un centro de mesa con frutas tropicales, sobre cubierta hermosas
meretrices que hablan un idioma gutural, no les asombra
la aviación
ni el cable trasatlántico (letras) que atizan los gorriones boquiabiertos
o despiden
mariposas de luz. Llegarán
entre muchachos entalcados y con guedejas aromáticas que irán
diseminándose por Apodaca Teniente Rey Acosta, acabarán
por adquirir
un chiforrobe de caoba con unas iniciales tibias en la ropa interior
y que sirva
a la vez de caja fuerte. Se habrán establecido, pronto irán a tutearse en
los seminarios de sionismo, mamá
en un esmerado castellano.

Poema Pesadilla De La Pequeña Entomóloga de José Kozer
Impávida: la princesita de Babiera en nombre de la
continuidad deshoja los narcisos.
Decapita las moscas.
El universo desde su ventana un bufón: colecciona torsos,
enjambres, debate la alegoría de los cuerpos, redondea
y ofusca un acertijo.
Dispone para su entretenimiento el ultraje de las formas.
Restituye a la araña de las patas del cucarachón, en el abdomen
los carapachos.
Para la mariposa, alas de una cigarra: otra numeración.
Y a la noche trota sobre una mula, escucha chisporrotear
bajo los cascos la gula de las libélulas.
Pasa, una red
se extasía deslizándose tramposa en la oquedad de los alerces
y la hincan de bruces.

LEGADO

Dile
a las niñas una u otra o vayan a posar un pie en la
habitación.

Entre, el notario.
Dé fe: tiene permiso para escriturar con palabras al
pie de la letra o tergiversarlas.

Mi asunto es otro.

Cuestión de reyes o cítaras y el mar que arroja
tumultuosos buhoneros porteadores
descalzos ocupación

y mercancías.

Palabras: han de registrar todo objeto en su tamaño
y confinamiento.

Si prestan un servio

o si son alegría en el ojo vivo de las concubinas
me es ajeno.

Esto, he dicho.

En los vientos del sábado y propietario de unas tijeras
podadoras supe allanar los reinos de
la incandescencia

y permutar

el pedregal en utopía y las formaciones en la roca
calcárea por el afán indomitable de
la transmigración.

Nada pude: creí.

En la palabra escrita y con el olfato puesto en los
alcores creí que había llegado a
poseer un instrumental que configuraba
y rehacía, creí
que me alzaba

de la ignominia del cuerpo y las funciones naturales
y su terminación.

Júzguese

si mi modo de ver las cosas no era ofensivo: pues
verdaderamente es ofensa tanta
laboriosidad.

Debí ser escueto.

En la elucubración de la minuciosidad: quise regir
con unos pobres sustantivos lo
hechos

y su denominación.
Entre, señor notario: y selle mis palabras.

Salga

por la misma puerta por donde entró convoque a mis
hijas y solemnemente pase a dar
lectura un ítem otro ítem otro.

Son unas niñas

educadas en el conocimiento de ciertas canciones que
compuso su padre a la ligera y
ni Ud. ni yo podremos embaucarlas
con jaculatorias ni el tono
majestuoso de unos himnos.

Son unas niñas austeras: convóquelas y verá.

No le asombre mientras procede a la lectura que se
distancien mayormente de esta
palabrería y parezcan con su
padre, altaneras: la sombra de
una flor en el ojal, guantes

de gala gris, harán

con mi yugo una cháchara feliz juran que en esta casa
no se mentarán jamás mis cerdas
ni mis putrefacciones, que vivirán

como ecuestres casadas.



UN DÍA FELIZ


¿Cómo? Kamo. El río Kamo. Está bien, no me grites. La princesa

por supuesto Imperial. ¿Y el

pescado que nos sirvieron?

¿Intraducible? ¿Habrá un

equivalente? Lo que llaman

lisas. Ah. Shiogama: en el

Ise Monogatari lo encuentras.

Un poblacho. Espadañas,

redes medio deshechas, aperos

de labranza mellados. Las clases

altas practicaban artes marciales,

escribían poemas (5/7/5/7/7): las

clases menesterosas pagaban

impuestos. Un pueblo que come

arroz, mojarras y boniato, no

consigue superar una estatura

media de 5 pies (2 pulgadas).

Pies chuecos. Piernas gambadas.

Las azafatas de la Consorte

Imperial o de la Emperatriz

Viuda, un tirito: potables entre

los doce y los veinte años.

Descartables. Sobraban. Y aquí

me tienes, primero me lavo la

cara con un jabón de tocador

francés que me cuesta un ojo

de la cara, ayudo a poner la

mesa del desayuno, café, dos

tostadas con margarina, un

puñado de vitaminas, una

lenta defecación: nado una

hora, escribo quieras que no

en un cuaderno de tapa roja
(negra) (azul) el día en

principio acabó. Sin transición,

de un tranco, paso a orillas

del río Kamo, a la altura de

Shiogama. Página 120. La

madre: cómprate un traje,

celebra los aniversarios con

los amigos, saca a bailar a

tu mujer. El padre: no leas

tanto. La madre: dinero

dinero y más dinero (mamá,

eso es de Napoleón). El padre:

habla menos y vivirás más.

El padre: no comas con la vista

(variante: no pienses con los ojos).

El padre: no pienses tanto (descansa).

El padre: deja algo en el plato (¿y

por qué no me sirven menos?). Y

cada vez que yo decía pero, el

padre: ni perro ni gato. ¿Dios

existe? Pregunta ociosa. ¿Qué

hace el gobierno con los impuestos

que recauda? Pregunta válida;

resultado ocioso. En presencia

del padre la madre calla; en

presencia de la madre el padre

refunfuña: en ausencia ambos

se dan banquete. Los hijos se

compungen. ¿Día feliz? Llegó

el verano: pantalón corto de

gabardina, camiseta carmelita

desteñida, y la criada en refajo

planchando le veo al trasluz la

carne morada recubierta de

negrura (el vedijón): hiel la

madre si me coge mirándola.

Miro y miro el río Kamo,

Shiogama, llevo un siglo

varado en página 120. La

azafata imperial se descompuso,

de la Emperatriz ni cisco, y de

la hegemonía Fujiwara ni el

polvo de los caminos. Un día

sin duda feliz en la feliz historia

(adyacente) de la Humanidad.

Estoy, de males, curado. Lo que

tiene la edad cuando se tienen

al menos dos dedos de frente,

es que nada ya nos sorprende.

Nada nos trastabilla. Nos coge

de atrás p’alante. Sabemos de

antemano que todo, en fin, se

ve que del desayuno dejé medio

huevo en el plato (el otro medio

lo dejo en herencia a mis hijas):

mi gazuza la sacio con lo justo.

Pensar, lo que es pensar, diez

minutos al día, tres veces por

semana (antes de conciliar el

sueño) (o más bien el insomnio).

Y cuando se cierne de hierro el

brazo del padre sobre la fontanela

o el calostro espeso de la madre

ante el buche, contraataco gramatical.


ACTA



La vagina de Sara cumplió sesenta años, penetraciones, un

giro, apenas el sentimiento

de sentir el rasponazo, así

suena (sonaba) cuando

descorchan, once varones,

cinco hembras, nueve

nacieron de pie, el resto no

alcanzó la veintena: todo

el mundo muere en edad

provecta, dicen (decían)

los chinos.

Hoy cumple años la muerte, óyela comer candela, óyela cómo

duerme: en el machote

aparecen los datos (ya,

borrosos) nombre y

apellidos hasta la

segunda generación

(unas treinta y tantas

sílabas con el montonazo

de signos diacríticos al

modo checoslovaco):

edad, dirección (anterior

a la actual) señales

visibles (ya no) causa y

por qué no consecuencia

de defunción. Estado civil.

Cuño. Sellos. En efectivo.

El vuelto aún su retintín al

golpear la mesa apolillada

del señor funcionario en

mangas de camisa, su corbatín

ofendía nuestros sentimientos,

sin embargo se le pagó sin

embargo no dejó de cobrar.

A mí su nieta o nieto todavía me huele la casa a pastel de guayaba

recién horneado manos de

hojaldre, Sara. Raja Sara

caja Sara baja Sara. Las

cosas que Piaget descubría

nos las había contado Sara.

A la mesa, entre muertos y

vivos, éramos (unos) treinta.

Sara a la cabecera, ochenta

años, un poco ida, un poco

tiesa, hierática sonrisa. Algo

desconchinflada. Búcaros de

minutisas. Faroles chinos,

cajas de comida japonesa:

bento. Y Sara me repetía

al oído, bento. Viento. A

bientôt. Y nos reíamos. Su

nieta o nieto preferido

(tortillerito mío susurrábame

al oído, parejera): aplaudieron

los muertos, los once vivos se

le tiraron al salmón ahumado.

Comed, comed, que vienen

tiempos malos.

Y vi que Sara se persignó, se llevó la mano derecha a la cabeza

(tocada por la peluca) (sotto

voce, Sara se rapaba) juntó

(namasté) las manos: por

si las moscas hay que creer,

repartir a los moribundos

entre los dioses, empezó a

llover. Primero una llovizna

de nada entreverada de ceniza,

arreció, menos agua, más polvo

y óxido, agua frígida, ceniza

idéntica en color y textura al

verdín original (Génesis). Y

nos llevamos a Sara en andas.

A Sara y el salmón, las cajas

a medio consumir de jengibre

en salmuera, pescados (tres

clases) crudo, fideos fríos

(soba) los vasos vaciados de

vino. Entramos. Entre cuatro

candiles la depositamos sobre

el jergón de heno tundido

(mullido) de una cosecha

primigenia. Y fueron llegando.

Primero los animales. Se

acomodaron, de hinojos. Luego

el Pregonero, ¿hay alguien en

casa que entienda arameo? Y

nada de Reyes prosternarse a

los pies de Sara. Le cerraron

los ojos, la ayudamos a vestir

disfraz carnal, ley última salir

bailando con su insoluble

careta de la resurrección

tapándonos el rostro.



FÁBULA


Subiré. Yo subiré. Y luego sólo yo disuelto subiré. Una galleta de

alforfón y uvas pasas, un

puñado de grosellas secas,

la cantimplora (no nos

llamemos a engaño,

contiene vino de arroz,

rebajado). Subiré hasta

alcanzar la cúspide, yo:

y luego disuelto la

alcanzaré.

No soy. No estoy. Está la vía. El macizo de flores blancas sin latitud,

flores innominadas, en la

cima. Unas abejas rojas

libando, surgieron de mi

madre al morir, le deben

la existencia, pronto las

veré (ascuas) (intermitencias)

seguiré pronto con la mirada

la trayectoria ida y vuelta de

la flor a la colmena.

Estaré hecho de barro sin conformar, vuelta y media del torno, saltar

unas astillas (¿ígneas?) amaré

por primera vez en mí lo

incompleto, sólo amaré lo

incompleto en cuanto barro

y paja, lengua muerta, pelo

estropajoso de espantapájaros,

rodillas raspadas, una flor en

el ojal de la solapa del saco

de tergal a gruesas rayas,

alcanzaré la máxima altura

de la escalada.

Mi ascenso. Yo subiré. Y luego sólo ascenso del cuerpo desprovisto

de figura imaginaria, sólo

movimiento aligerando,

no carga a espaldas sus

espaldas, no deja huellas

a su paso. Llueve de

Oregón a Vancouver: el

agua, mientras afecta mis

sentidos todavía, no me

moja.

Se inclina primero la cabeza, luego hasta la cintura (tres veces): se

farfulla, los ojos entreabiertos,

flor blanca penetra, se

descompone. Una babosa se

acerca a besar el rostro de la

abeja (ved la paciencia de la

abeja): se juntan, antenas y

orificio, en las alturas (¿qué

me aguarda allá arriba?). De

momento sólo sé que la abeja

(cuánta conmiseración) alucina

a la babosa en su vuelo nupcial

(nuncio de transformación) liba

flor blanca la babosa en el ojal

de mi solapa.