Dolan Mor (Pinar del Río, 1968)


Dolan Mor (Pinar del Río, Cuba, 1968). Poeta y narrador. Autor de varios libros, entre ellos, Nabokov’s Butterflies (Premio de Poesía Delegación del Gobierno en Aragón, 2006), Los poemas clonados de Anny Bould (Premio Internacional Miguel Labordeta de Poesía, 2007), El libro bipolar (Premio Santa Isabel de Portugal, 2008) y La novia de Wittgenstein (Premio Internacional Barcarola de Poesía, 2008). Su obra aparece recogida en antologías publicadas en España, México y Estados Unidos. Ha colaborado en revistas españolas e hispanoamericanas como Quimera, Turia, Barcarola y Letralia. En la actualidad algunos de sus textos se traducen al inglés, francés y polaco. Desde 1999 reside en Aragón, España.

SAN PETERSBURGO

Viajé a San Petersburgo para hacerle el amor al cadáver
lampiño de la niña Edith Södergrand. Quería poseerla
siendo impúber, antes de que creciera o se hiciera una bestia
enferma que escribía sangre de tos y fiebre
al vapor tembloroso de las fuentes, en Peterhoff.
Pero sólo encontré las cúpulas de oro y unas calles y abrigos
que menciona en sus versos y una niebla de fango
como una gelatina dormida en los canales, sobre el agua del Neva.
Tuve que conformarme con prostíbulos rancios
y con la proyección de una peli, en francés. Más tarde, al regresar
del cine —en el hotel— me leí una revista de mujeres desnudas.
Hasta que terminé dormido en el sofá, después
de masturbarme sobre un ramo de orquídeas.

ARTE POETICA

“No hables en tus poemas del ruiseñor
de Wilde, ni menciones amor, perfume, labio o rosa”
—me dice en los manuales Ariel Rivadeneira—
y yo evito poner en cada verso escrito
un ala, algún jardín, la luna de Virgilio,
y hasta a veces me niego, sentado
en el alféizar, a mirar las heladas
del invierno en España, porque queman
las ramas de los árboles todos y la niebla
me invita a escribir con nostalgia
“y ese signo, nostalgia —me dicen
los manuales—, es señal del pasado,
y se debe escribir sin alma, con estilo,
igual que si torcieras el cuello
de una garza con desprecio en tus dedos”.
“Habla de cibernética y de física cuántica,
menciona blog, pantalla, correos
electrónicos” —me aconsejan los críticos.
Y yo sumo las cifras o despejo ecuaciones,
digo leyes, neones, sistemas invisibles
que arman genios, científicos.
También menciono genes, vídeos,
ordenadores, y hay instantes, incluso,
que hablo sin meditar y construyo asonantes
al decir aeropuertos, submarinos, aviones
y algún laboratorio (...), móviles, cines, clones.
Pero aunque logre versos posmodernos
siguiendo los consejos de sabios
que hablan de poesía como hablar
de la historia, de mercados, teoremas
que establecen los pliegues en las cuerdas
del tiempo, no he logrado escribir
el poema perfecto, e incluso
cuando leo alguna línea aislada
de Wilde entre las sábanas, y todos
mis maestros (con diplomas de masters,
y perfil de doctores) se divierten
en bares o en los pubs de internet,
yo lloro como dama sin remedio
y me jode el viejo de Quevedo,
y me arriesgo, en la cama, a que digan
los críticos en los post o en revistas:
“¡qué anticuado y qué griego se volvió
Dolan Mor leyendo a los antiguos!,
si hasta le creció un día, encima
de las cejas (en lugar de la gorra
ladeada sobre un piercing),un ramo
de laurel...
Pero logró dos cosas: pasar
imperceptible delante de los hombres,
como dijo Epicuro, y escribir con la espalda
inclinada en la hoja, sin cederle la mano
al influjo variable del tiempo y de las modas”.

EL TIEMPO TIENE SUS FORMAS

El tiempo
tiene sus formas
de fragancia
(vuelve Ashbery),
en cada movimiento
de las horas
late la muerte
y late al revés
el espejo que mira
nuestro rostro.

Igual la curva
de las emociones
decae,

la carne
se hace blanda,

el pensamiento,
áspero
y cansado,
nunca nos abandona.

Es como hablar
encerrado
en un cuarto desierto
sin puertas de salida,
un laberinto
de arenas
con pétalos
en la mente
del huésped perdido.
El caballo y la trucha saltan
El caballo y la trucha
saltan en el estanque
de la muerte.
Uno a orillas del hilo
de plata,
el otro entre las costuras
del tejido de acero.

Son los factores
del desamparo
quienes me acompañan
siempre (al azar),
la válvula incluso
de la rosa líquida
lo que permite observar
el movimiento
de los animales simbólicos,
en acción.

Así el caballo
soy yo mismo
reflejado en el agua
del espejo,
y la trucha es mi espíritu
que labora y labora
contra la perpetuidad
de la Dama Violeta.

AlGUIEN HA COLOCADO UN RAMILLETE DE ORQUIDEAS

Alguien ha colocado un ramillete de orquídeas
sobre la superficie de una cámara de hielo.
Se diría que crecen sin sentido esas flores
silvestres en la estepa blindada de la muerte,
sus pétalos de negro fuego, el perfume
amarillo de una máquina de aceites leves.

*
Es un contraste aquí, sobre la piedra de un cuarto
congelado, un almacén abierto de metales
con puertas donde sólo se observan carnes
de ciervo eldii, perniles desangrados, patas
de nobles liebres, rostros de un faisán hembra
que mira sin maldad (sus ojos de un cristal asustado).
Así y todo, no sé, alguien ha colocado, junto
al ramo de orquídeas, unos guantes azules
de proteger sus manos a golpes de neveras
y todo me seduce ahora entre ese humo
que desprenden los cuerpos de muertos animales.

*
Veo a mi alrededor un jardín que me invita
a escribir un poema que mencione en sus versos
esas flores de orquídeas, esas gemas de luz
que nombrara Teofastro como raros testículos.

*
Pero no escribo nada, prefiero contemplar
las orquídeas (reales) de mi imaginación, sobre la escarcha
de la cámara de hielo, como si fueran el último
instante de eso que los hombres llaman “vida”.

CUCARACHAS

veo como da tumbos mi cabeza
en el suelo y pienso
que hoy me place
cenar cucarachas con vino/
pero no cucarachas simples
insectos ordinarios/
sino insectos de alas blancas/
cucarachas del color de la nieve
con patas de oro y cabezas azules/
deben de ser exquisitas de noche/
sobre un plato/
mis raras/ anheladas cucarachas/
el vino quemaría su aleteo
cuando bajen despacio
a tocar en mi vientre su última función/
después me dormiría
como un oso repleto de extraños animales/
y no despertaría nunca por las mañanas/
después de un raro sueño/
no vaya a ser que entonces/
me convierta en los bichos extraños de mi cena/
y tenga que perder el tren
y la familia/ que vendrá cada instante/
sin tregua a preguntarme/
derrumbando la puerta:
¿ hoy te llamas Gregorio?
¿no vas a trabajar?

COAGULOS

En medio del balcón,
seis coágulos
de sangre.

Seis macetas
al viento,
con veneno cifrado
en líquida belleza.

*

Tras el cristal
del invierno
permanecen,

rodeados por la soga
de la piedra,

en perfectos círculos de nieve.

*

Más allá del balcón
(en el jardín)

si estiras el ojo
de tu mano verás
la esfera de la muerte
en sus copos,

y el tiempo
(ese fiel jardinero)
que poda ahora unas ramas

parecidas al hombre.

LAS METAS

Puedo dejar que pasen las metas
como pasa el tranvía
bajo los cables hacia el Renowned.
Incluso puedo dejar que brille
el rubor de un gladiolo bajo la lluvia
o un estornino en la rama del abeto
y no escribir, siquiera, una frase.
Puedo acunar mi cuerpo sobre el césped
recién cortado por la máquina eléctrica
mientras me pudre con su manta
el frío sol de estos cantones
no definidos todavía por la temprana luz.
Dormido sobre la hierba recién cortada
(sin leer el periódico que traen por las mañanas
los muchachos en la furgoneta amarilla),
puedo levantarme y salir de paseo
a una librería en la ciudad de Berna
para ver qué nuevo libro de poemas
adorna con su aroma los estantes.
Y aún allí, frente al estante de las poetas,
puedo dejar que pase la ocasión
más propicia para ejecutar mi suicidio,
una vez que la meta esté cumplida.
Pues si digo: “esta soga es muy gruesa
para ahorcarme / el fuego me da miedo /
morir bajo el tranvía no es mi causa”,
no por ello escapo a mi destino.
Siento que nunca podré ahuyentar los perros
del deseo suicida de mi mente
(los perros que me hincan los colmillos
en el cerebro y fluyen por mis ideas
como el bote de Caronte por un río).
Hasta después de la muerte, creo,
fluirá ese bote del anhelo suicida
por mi pensamiento, y esos deseos me atarán,
con enormes cuerdas, a sus perros.

A LA SOMBRA DE UN VIOLIN PIENSO QUE SOY ANNE MUTTER

1

Veo una corneja que brilla sobre la rama de un abeto
mientras pienso en tu apellido (oh Franz Kafka) y medito:

--------------------------------------a) en tu familia sin dinero
-------------------------------------- b) en la empresa del cuervo
------------------------------------------hacia el negocio
--------------------------------------c) en los alambres de tus cejas muertas
--------------------------------------d) en tu semblante enfermo taciturno
--------------------------------------e) en tu cara de ave que me observa
------------------------------------------delante de un espejo
--------------------------------------f) en tu nariz acaso el pico hundido
-------------------------------------------bajo la carne que destruye la vida.


2

¿Cuánta distancia existe entre tu muerte de escritor y un jardín
que florece con sus huesos o entre un bello cadáver que se viste
de lino y la palabra indescifrable “corvus“?
¿Cuánto silencio
---------------------------------------grumos en papel
---------------------------------------libros
---------------------------------------textos
---------------------------------------rosas portland
---------------------------------------escritos
---------------------------------------maldiciones de tos en sanatorios
para darnos al fuego sin sentido en misivas de amor
porque ese ha sido, oh corvus manedula, nuestro oficio?


3

Escucho una canción en alemán
-----------------------------es un violín con alas
porque, sabes, yo soy Anne Sophie Mutter que me hablo
--------------------------------------------------(a mí misma
de unos lagos en los bosques de Viena, del sol que se refleja
en el verano que buscamos, que huye como liebre
-------------------------------------------------------------salta
sobre las aguas
---------------------------------se diluye como pez en el tiempo.


4

A esa liebre, como dijera Wittgenstein, la busco, la persigo
en mis poemas, pero yo sólo veo la corneja posada entre las ramas
del abeto, aquí, lejos, en Rusia, a miles de kilómetros de Cuba,
a millones de polvos de tus huesos a cenizas de letras
que me arrastran a contemplar la luna tu apellido posado
en ese árbol contra el cielo cubierto por la nieve.


5

Al pronunciar tu nombre como un cuervo, graznar
hacia la noche tu apellido, salen las plumas negras de mi boca,
se clavan como agujas en mis dedos, escribo y sale viento
de mi mano, un aire que sacude las palabras te busco
como un niño que se pierde en un bosque de noche y sólo escucha
la corneja tatuada en el camino la corneja del Cid
(que es la de Pound) el viento de la niebla, sólo un niño
bajo un árbol de noche es un desierto al que llaman Milena,
un nombre sin sentido que no es nombre y vuela salta del suelo
hacia la rama y te pronuncia “ Kafka” .


6

Doy mi vida por amarte
----------------------------junto a la chimenea
----------------------------a orillas de la estufa
de esta noche en Moscú, huyendo de la cárcel, de los hierros,
herido por la voz de la familia que llama por teléfono,
me encuentran siempre triste alguien dijo mi breve dirección:
“está al norte del Volga, al sur del aeropuerto, llegó bien, pero hay hielo de muerto en su mirada”. Y las voces oh Kafka me recuerdan a ti entre la penumbra redactando tus obras para darlas con Brod al vano fuego.


7

Entonces la corneja que me mira y yo siento tu voz en su discurso,
familia eres del cuervo y yo contigo arrodillado tiemblo en la cocina
de un mal apartamento aquí, en Moscú. Digo “frambuesa”,
devoro una tostada sin caviar y aparece la rama despejada,
el ave permutó, se ha ido lejos, hacia dentro, como yo de mi tierra,
para siempre, perdido en unas fotos, en flashes de miradas
que separan a un pájaro de otro, una señal maligna
en el camino del hombre hacia su muerte.

8

Puede que un día:

-------------------a) quemen tus relatos
-------------------b) los tiempos ya no existan
-------------------c) se confundan tus padres
------------------- d) familiares ya no estampen el sello
----------------------de tu ilustre apellido en los paraguas
----------------------en membretes correos,
pero tú, Franz Kafka, demonio de los cielos destruidos,
siempre estarás posado en la distancia, aunque a veces los ojos
nos engañen y pensemos que vimos la corneja,
---------------------------que te vimos a ti

-----------------------------------brillar sobre el abeto.

ANY BOULD

Un día imaginé que yo era Anny Bould
(una poeta que se ahogó en un lago de Suiza).
Pensé que yo era ella y que me levantaba
antes de que saliera el enfermo sol de noviembre,
tomaba un té con tostadas y me despedía
en silencio de mi pequeño perro.

Después pensé que bajaba unas escaleras de madera,
tomaba un camino angosto, recogía algunas piedras
del suelo y silbaba una canción de Morbid Tales
cuando iba en dirección al lago asesino.

Cuando llegué a la orilla del lago,
me acosté boca arriba sobre la hierba,
y hablé un rato con el cielo que a esa hora lanzaba
sus primeras luces sobre la ciudad de Lucerna.

“Qué bello eres”, le dije al cielo, y el viento
helado, que en ese instante previo a mi suicidio
sopló como unos belfos de caballo salvaje
alzó, como una tela de oro, mi pelo amarillo.

También pensé en el misterio de la muerte,
en las teorías sobre la metempsicosis de Pitágoras,
y en los primeros filósofos y poetas de la antigüedad.
Pensé en estos tiempos de clones y ciencias vanas
y medité en la maldad del hombre sobre el mundo,
“¿por qué tienen que pasar estas cosas?”
--le pregunté al viento helado que ahora se escondía,
como una rata invisible, entre los árboles.

Pero nadie respondió a mi pregunta aquel día,

y esto que ahora les cuento, esto que imaginé una vez,
sucedió también por noviembre, pero hace ya mucho tiempo.

Ese día que imaginé que yo era la poeta Anny Bould,
y que lloraba boca arriba sobre la hierba, acostada
a la orilla de un lago que apenas reflejaba
en su lomo la cronología y los misterios del universo.
Lloraba sin consuelo, y pensaba, como ahora,
en mi pequeño perro, antes de meterme para siempre en el agua.

CONFESIONES

Al principio yo anhelaba ser el príncipe de la poesía, el rey
de las palabras, un ministro de los poemas con una medalla
sobre mi oscuro pecho, una corona de oro alumbrando
con su dorada luz mi noble cabeza. Después, bajé mis metas
y me propuse ser un licenciado, un doctor en gramática,
políglota, un James Joyce, usar barba, un abrigo negro
hasta los tobillos, las gafas circulares, la pipa entre los labios
recitando los versos de Charles Baudelaire. (Recuerdo
que tenía la foto de Vallejo debajo del cristal de mi mesa
de noche y, mirándola, apoyaba mi rostro y mis manos
cruzadas encima de un bastón con el puño de plata,
en forma de león, para creer un instante que mi nombre
era César. --Incluso estuve preso por parecerme a él.)
Me decía a mí mismo frases de Kierkegaard: “para el hombre
que aspire a triunfar en la vida existen dos caminos: ser César
o ser Nada”. Y yo lo repetía con la convicción de que era
(sólo faltaba tiempo) un dios o hijo de un dios. Sin embargo,
las cosas han cambiado y mi punto de vista se cayó en un
abismo. Ya no aspiro a ser príncipe, ni ministro, ni rey,
ni políglota un día, mucho menos deseo ser Joyce o Baudelaire
porque ambos están muertos, y un hombre, si está muerto,
vale menos que un perro. Ahora aspiro a las cosas sencillas
de la vida. (Me lo dijo Ray Carver y nunca lo entendí.) Miro
el agua de un río sin pensar qué es el agua, me acuesto
entre la hierba y disfruto del sol. Pienso, respiro, siento
cómo limpia el oxígeno mi sangre, mis pulmones, late
en mi corazón. Soy feliz con vivir sencillo, aspiro a eso:
Posado, como un pájaro, sólo quiero una rama para cantar
mis versos, también una ventana para mirar el mundo,
aunque no tenga un piso, ni un palacio, ni un templo. Un marco,
una ventana para asomar mis ojos, humilde, con asombro,
sabiendo que soy polvo, y, debajo del cielo, un animal o nada.

EL OBRERO

He traído un pico y una pala para cavar un poema en la hoja. Ya he pasado la primera capa de hielo que construye el silencio sobre el blanco papel. (Esa lámina fina, inmaculada.) Ahora rompo las piedras, los gusanos que aparecen debajo de mis dedos. Golpeo duro, golpeo en cada sustantivo, gerundio o participio. Las palabras parecen las hijas sublimes del metal más propicio. Ya introduzco mis pies dentro del hoyo. Los zapatos se ensucian, pero sigo golpeando con las vísceras, la sangre en cada movimiento que ejecuto. Golpeo fuerte, golpeo el sustantivo, adverbio, el adjetivo. Los minerales sangran debajo de mis suelas. Ya introduzco mis piernas, panntalones, hasta doy la cintura para abajo. Me quito la camisa, me desnudo. Se trabaja mejor en ese estado. Meto mi vientre, el pecho, los dos brazos para golpear con fuerza el agujero, perforar hasta el fondo del idioma, hasta el verbo del fango. Apenas veo hierbas, ya no hay árboles, ni casas ni consuelos en un círculo. Sólo están mi yo y mi doble ego dentro de mi cabeza. Pero no me amilano, mi espíritu no tiembla, duro golpeo hasta dejarme el músculo y quedarme en los huesos bajo tierra. Así, ahora, sin cielo, la tierra como un techo me ha cubierto, se acuesta como un monstruo sobre mí. Pero yo no me canso, sigo, muerdo la muerte con mi pico y con mi pala, las paredes, las rocas. Y así, sólo, en el agujero sellado bajo tierra, esperaré a que venga otro poeta a golpear como yo la dura hoja, a enterrarse de nuevo en el poema. Tal vez encuentre mi cadáver vivo que no para nunca (con el pico y la pala rotos) de golpear y golpear versos en vano.